Hace unos meses comencé a sentir mucho dolor articular. Los hombros y las manos me dolían al moverlos al punto de perder movilidad y no poder ni siquiera meterme a bañar o cambiarme. Fui con un reumatólogo, le expliqué que padezco de tiroiditis de Hashimoto y sin un resultado de laboratorio, con tocar mis hombros, un pie y ver mi mano inflamada (la cual le expliqué que me había lastimado al cargar mi bolsa muy pesada) me dijo simplemente sin hacerme ni una sola pregunta más que si se me ponían blancos los dedos de las manos cuando hacía frío (o sea el Síndrome de Reynaud), que tenía una enfermedad autoinmune más llamada o lupus, artritis reumatoide, escleroderma, psoriasis o alguna otra enfermedad del tejido conectivo mixto. Me habló de una vacuna para detener el “ataque” de mi sistema inmunológico con un costo de $ 42,000 pesos y que por supuesto iba a estar muy bien. Me ordenó más de $ 3,000 pesos de análisis para asegurarse de que en realidad tenía una de las mencionadas enfermedades. Mi reacción: Llorar hasta el cansancio, por el diagnóstico y porque no sabían de dónde iba a sacar el dinero para los análisis. (A fin de cuentas en una visita con otro reumatólogo, los análisis indicaron que no tenía artritis ni lupus, ni nada de eso).
Cuando llegué a casa comencé a investigar todo lo relacionado con enfermedades autoinmunes. Bendito internet. Me topé con una página de un doctor estadounidense de nombre Mark Hyman que dice que los doctores de hoy tratan los síntomas de los pacientes y no la causa de ellos. También afirma que, muchas enfermedades autoinmunes pueden ser causadas por la mala alimentación o por la sensibilidad a un alimento como la leche, el huevo, el gluten. O sea, él dice que tu cuerpo no se volvió loco de la noche a la mañana. Tus genes no se mutaron porque eres parte de los X-men. Pero si puede ser que por estrés hayas desarrollado una sensibilidad a un alimento es específico. Se elimina el alimento, se elimina el síntoma.
A pesar de haber sido diagnosticada con una enfermedad de la
tiroides, mis hábitos alimenticios nunca mejoraron. Nunca hice caso. Seguí
tomando refresco, evitando las frutas, las verduras, comiendo pan, galletas,
café, estresándome, etc. Pero cuando el reumatólogo me dijo eso, inmediatamente
dije “ahora es cuando”. Fui a Walmart y llené el carrito de cosas
saludables: frutas, verduras, yogurt (no del líquido) aceitunas, nueces, etc.
Minimicé el consumo de pan. Comencé a leer etiquetas de latas y botellas. Y
comencé a comer frutas y verduras en mis tres comidas.
O sea, en lugar de las barritas o las galletas de chocolate
con mi latte a las 11 de la mañana, lo cambié por unos pistaches, un plátano,
una manzana o nueces con una taza de té verde o té de tila. O de yerbabuena. A
la hora de la comida, en lugar de una Coca-Cola tomaba agua mineral con un poco
de limón. No sabe tan mal, te lo aseguro. Además, el limón contiene Vitamina C
que es buenísimo para restaurar tus adrenales, esas pequeñas glándulas arriba
de tus riñones que regulan tu respuesta al estrés. Y promueve la digestión. Por
la tarde y para evitar el bajón de azúcar, comía otra fruta (en lugar de un
chocolate o un Mamut que me encantan) ya sea piña, manzana verde con limón y
tajín o jícama. Riquísimo. En la cena, igual, en lugar el sándwich que tiene
harina, jamón (que es comida procesada) y mayonesa, comía pescado o pollo con
ensalada, o una simple ensalada con lechuga y espinaca, zanahoria, un poco de
queso chihuahua, un poco de jamón, champiñones, pimiento rojo, aceite de oliva
y un poco de pimienta. Y agua mineral o agua simple.
Tal vez no noté una mejoría en mis dolores articulares y
musculares (que yo los atribuyo al estrés, porque fue después de una temporada
de estrés laboral y personal cuando comenzaron mis dolores) si me noté algo:
que pese a mi hipotiroidismo, había perdido peso. Claro que esa no era la
intención, pero finalmente logré deshacerme de esos rollitos de grasa en el
abdomen y en la cadera; simplemente se encogieron. Y todo sin hacer ejercicio.
Mi cuerpo al necesitar energía, comenzó a quemar esa grasa acumulada para
obtenerla. Claro que al principio yo no lo noté, pero mis compañeros de trabajo
me lo decían. “¿Estás a dieta?” Mi respuesta: “Claro que no.
Sólo que aprendí a comer bien”.
Claro que ahora después de 2 meses sigo con el mismo
régimen. De vez en cuando me como ese chocolate, ese Mamut o ese cono de nieve
de coco que tanto me gustan. Claro que como pastas, no diario, si como pescado
empanizado por supuesto, tacos de carne asada (que no tienen nada de malo si no
tienen grasa) y claro que como tortillas, pero no 4 ni en cada comida. Mi
respeto es al azúcar y a todo lo que venga empaquetado. Esas comidas procesadas
para las cuales el cuerpo no está hecho, comidas que al cuerpo le cuestan mucho
trabajo digerir y procesar. Eso si, no pruebo un refresco; si quiero algo dulce
compro un jugo y agrego un poco al agua mineral. Si, tiene azúcar, pero no
tiene las decenas de gramos que tiene una Coca-Cola u otro refresco. ¡Checa la
etiqueta! Y luego imagínate el azúcar en cucharadas.
A lo que voy es que mucha gente sufre porque dicen que se
tiene que poner a dieta y dejar de comer sus cosas favoritas cuando hay muchas
cosas ricas que puedes comer diario sin tener que “sufrir” ese
sacrificio. Digo, ¿qué comían hace miles de años? Comían frutas, verduras, granos
y bebían vino que es bueno para el corazón. Veo en la TV esos anuncios con
pastillas que te prometen bajar de peso en una semana, bla bla bla, para qué,
¿para entrar en un vestido para una fiesta, para tu boda, para la playa? Eso
sólo te lleva a recuperar esos kilos cuando dejas las pastillas, sin contar con
los efectos secundarios que puedan ocasionar.
El punto es, el exceso de azúcar refinada, de refrescos y de
harinas es lo que ocasiona que esos kilos no se vayan. Si moderas tu consumo o
lo cortas de raíz como yo puedes lograr bajar de peso sin necesidad de estar en
el gimnasio horas (lo cual crea estrés en el cuerpo por si no lo sabías) o
matarte de hambre antes de ese evento importante (lo cual también pone en
estrés a tu cuerpo). El hecho de hacerlo día con día no sólo te trae ese
beneficio si no también el beneficio de tener un cuerpo más sano.
Además, para todas aquellas mujeres que han tenido
infecciones vaginales por Candida, el comer azúcar alimenta a esta bacteria y
la hace más difícil de eliminar. ¿Verdad que tu ginecólogo no te dice eso? Sólo
te da la pastillita. Y regresas al mes porque la infección sigue (y el doctor
sigue ganando dinero contigo). Si le quitas el azúcar y le agregas el consumo
de ajo, le dices adiós a esa bacteria tan odiosa.
Recuerda, comer sanamente NO ES DIETA.
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